Bienes Culturales, Arquitetura y Arte Sacro
La Iglesia es una gran familia que se extiende hasta los confines del mundo. Ayer 6 de julio, se le entregó a Su Santidad, Benedicto XVI, los cuatro primeros ejemplares del Atlas Hierarchicus, una compilación de mapas y estadísticas donde se ilustra la geografía de las distintas diócesis, prelaturas, vicariatos y misiones católicas. Ante un panorama tan amplio los asuntos locales pudieran parecer diminutos. Una parroquia en Birmania resulta ser tan diferente a una en Suecia, o en Bolivia: A fin de cuentas, esta gran realidad de realidades constituye la vida y el testimonio del Pueblo de Dios.
En América Latina la cultura no puede pasar por alto la contribución fundamental de la fe católica: es parte de los elementos que la han formado y la significan. Y no solo hablamos de las obras promovidas por el clero y las órdenes religiosas; esto incluye sobre todo a los seglares: artesanos, profesionales, campesinos, artistas y gente del pueblo, que con sus manos, contribución e ingenio han aportado al patrimonio cultural eclesiástico con una personalidad propia.
Hoy ha partido de este mundo D. Ricardo Alegría Gallardo, un ser excepcional, un hito de la cultura puertorriqueña, iberoamericana y, sin duda, universal. La nación borincana, incluyendo la Iglesia que peregrina en estas tierras, le debe la fundación del Instituto de Cultura (ICP), la principal obra dentro de una ingente lista de instituciones, proyectos e iniciativas culturales. Encabezó la vanguardia en la defensa del patrimonio nacional, con un celo y dedicación heroicos. Muy probablemente no se conservaría gran parte del actual legado histórico puertorriqueño sin su intervención. El mejor ejemplo es la ciudad amurallada de San Juan, verdadera joya urbana del Nuevo Mundo.
San Juan es en sí un relicario arquitectónico. Miles de turistas recorren sus adoquinadas calles, en gran medida gracias a la protección del Dr. Alegría. Al menos una veintena de monumentos religiosos dan testimonio de la obra de la Iglesia en dicha ciudad; sin embargo la mayoría de ellas son desconocidas. A este respecto, Mons. Antonio María Veglio, Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes ha lanzado una llama a la evangelización a través del turismo: ofrecer una guía de nuestro patrimonio, como testimonio sensible de la fe.
Don Ricardo contribuyó no solo a custodiar lo material; tuvo la gran virtud de ser inspiración para contagiar, a los que se han dejado, de la concientización por la conservación del patrimonio local como parte de la herencia universal. Él mismo se describía como “un creyente no muy religioso”. Sin embargo me vienen a la mente dos parábolas evangélicas: la de los talentos (Mt. 25, 14-30) y la del hijo obediente y el hijo desobediente (Mt. 21, 28-31).
Ojala que, desde nuestras labores cotidianas, estos ejemplos nos impulsen a cumplir con la misión personal que se nos ha encomendado: la vida como mejor testamento.
D. Ricardo, descanse en paz.