Conclusiones para seguir el camino...
Concluir
un inicio, cómo lo ha sido el primer curso de la Maestría en Bienes Culturales
de Origen Eclesiástico, ha representado y afectado el replanteamiento de un
camino que avizoré desde octubre del año 2001.
Aquella
noche mientras acompañaba a mi amigo y hermano Javier Barrera, músico dedicado
a la evangelización católica, para ir a buscar los aparatos del sonido de un
retiro kerygmático -el primero en el que yo participaba- supuso la impronta del
encuentro de Emaús, de lo que mucho tiempo después tuve conciencia: Después de
descubrir el misterio, al partir el pan, había que ponerse a andar y por tanto
poner al servicio los talentos.
Volviendo
a la niñez, en que visitaba la parroquia de Señora Santa Ana Atenantitech, de
la Ciudad de México, antigua capilla de visita del Real Monasterio de Santiago
Apóstol de Tlatelolco, donde en un nicho a la izquierda de la nave, próxima a la
capilla de N. Sra. de San Juan de los Lagos, encontraba al paso al Señor de las
Cañas (S. XVII). Esta imagen, de humilde porte, mostraba la representación de un Dios Todopoderoso,
que hecho hombre se había dejado maltratar, mostrando sus llagas abiertas
mientras sus ojos transparentes esperaban una mirada de compasión y piedad.
Aunque
soy hijo del post concilio, de las guitarras setenteras, acompañadas de
panderetas que intentaban acompasar la tradición con una imagen renovadora de
la liturgia, tuve la bendición de contar con evangelizadores familiares: mis
abuelos Gloria, Elvira y Agustín, junto a mi tía abuela, Socorro, quienes marcaron
mi manera de ver y de observar al interior de aquellas construcciones
centenarias, recamadas de esculturas, pinturas, dorados y piedras talladas. Las
cotidianas y continuas peregrinaciones informales hasta la Catedral Primada y a
la Basílica en el Tepeyac, constituyeron verdaderas catequesis para aprender
hagiografía e iconografía elemental, así como las primeras lecciones sobre el
valor de la imagen en la espiritualidad católica.
Mi
abuela materna, Doña Elvira, hacía énfasis entre la veneración y el debido culto
a los santos, la Virgen María y que la adoración sólo pertenece al Salvador. Recuerdo
aun su actitud devota ante el Cristo de la Buena Muerte en la iglesia del ex
convento de Santo Domingo de Guzmán y de las oraciones de consagración ante la Tilma
de Guadalupe.
La
intuición que produce la obra de generaciones de artistas, artesanos y fieles
que solventaban aquel paraíso de arte sacro, no consideraba que aquellos
recintos sagrados coleccionaban el artificio de Manuel Tolsá, Gerónimo de Balbás,
Cabrera, Murillo, Xuárez, Arciniega, Gil de Ontañón, Ramírez Vázquez, Chávez de
la Mora, Tresguerras, etc., etc., etc.
La
educación como arquitecto, replanteó el valor del arte religioso, supeditado a
la élite intelectual de la cual se nos prometió formábamos parte. Esas
creaciones correspondían a un pasado, del cual se nos ocultó su función, pues
incluso, los profesores que nos pusieron en contacto con el arte religiosos sólo
sobrevolaron sobre el bosque, sin permitir que nuestros ojos miraran el detalle
de las hojas, sentir la textura de los troncos o percibir el olor de las
resinas. El arquitecto era capaz, como por arte de magia, de solucionar la “problemática”
del género con la misma sencillez de quién diseña una estación de bomberos.
Habrían
de pasar décadas para que la semilla de la inquietud encontrase un espacio, que
aunque virtual, es una realidad personal, profesional y espiritual. Ha sido esperanzador
el descubrir que esa misma semilla ha sido plantada en otros, cultivada de tal
forma que ha apoyado a que el resto vaya echando brotes.
Igualmente,
esto ha significado un gran progreso en el paso desde la formación, producto de
la intuición y la voluntad, autodidacta y experimental, impulsando hacia a la
sistematización, el rigor académico y la profesionalización de la labor en la
gestión de los bienes culturales. Este curso representa el inicio de un camino
de desarrollo, posibilitando la obtención de herramientas académicas y científicas
para la actividad profesional y pastoral.
Ha
sido motivo para ordenar las notas sueltas, las pinceladas aisladas, para que en
conjunto con los otros artesanos de la cultura, ir colocando las pequeñas
piezas de la gran escena donde las artes, la cultura y la historia puedan ser
contempladas por la Iglesia y el mundo entero, de manera que el mañana pueda
seguir gozando del mismo tesoro que los primeros cristianos admiraron en las catacumbas,
como ventana para el alma y como contribución y alimento al ser humano, hecho a
imagen y semejanza de Dios.
Así
que: ¡Sigamos dando gracias por este don, pidiendo para que el mismo fructifique
en abundancia, hasta que entre las ramas puedan cobijarse y hacer nidos las
aves del cielo!…
Por: Héctor Balvanera Alfaro
Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla
Maestría en Bienes Culturales
de Origen Eclesiástico
*Imagen; Autor: E. López Tamayo Biosca: https://www.flickr.com/photos/eltb/sets/72157607047636840/
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