11 de marzo de 2012
La contemplación a través del arte
Conferencia
Por Héctor Balvanera Alfaro
Museo de las Américas, Antiguo Cuartel de Ballajá
San Juan de Puerto Rico
Es preciso celebrar que se abran
espacios para el diálogo, donde uno de los interlocutores presente la fe como
parte del discurso. Como creyentes, estamos urgidos a presentar el camino de la
Belleza como un puente de comunicación fraterna, con el resto
de los creyentes y con los no creyentes. Es un motivo para abrir las puertas de
casa a la esperanza.
Ante un mundo que corre híper
mediático, dependiente de la inmediatez, individualista, hedonista y habido de
consumo, las cuestiones del espíritu tienden a delimitarse cada vez más a la
experiencia personalista, o bien como parte de los enseres de casa.
El ejercicio de la fe, en un siglo,
ha pasado de ser un elemento vital y sensible de la sociedad a un espacio que
se ha ido reduciendo y, por desgracia, tendiente a ser víctima de la
intolerancia. Hay quienes llaman a esta sociedad global: ultra laicista y post
religiosa.
Arte y fe han estado relacionados
desde tiempos inmemoriales; la particularidad, del ámbito cristiano, donde el
arte es una gran expresión de expresiones, compleja y prolífica. Pero, en las
condiciones presentes donde el arte cristiano ha tendido a ser presentado, y
luego comprendido, como un objeto de Museo, resulta que tratar hoy un tema así
en una institución civil es un acto valiente, conciliador y sumamente humano.
Lo celebro y agradezco.
La cultura tiene en el arte uno de
las expresiones más humanas, es un fruto y testimonio del “ser”. Los
petroglifos de Altamira y Tibes son paralelos, que aunque distantes en el
tiempo, correspondientes a una realidad que da significado a la historia del
hombre. Es esta necesidad de comunicar, lo que se ha visto, o lo que se
quisiera ver. Un lenguaje para el cual no es suficiente el lenguaje mismo. Es
el pensamiento materializado; un mensaje que comunica, que predica lo
contemplado.
La contemplación cristiana
Siendo un ejercicio intrínsecamente
humano, la contemplación esta presente también en las manifestaciones de la
cultura. La creación compele al hombre a observarla: es el mundo donde esta,
donde es. El acto de detenerse a mirar el mundo, incluyendo lo transformado, y tratar de comprender. Mirarse
a sí mismo; mirar al otro, a los otros; mirar lo que esta al alcance de sus manos; lo que
esta más allá, en y del firmamento. Luego, sobrecogido de todo ello, sensible a
mirar, observar, ocuparse de lo sobrenatural; la práctica de la fe: la
contemplación espiritual.
Esta contemplación espiritual tiene
como medios los sentidos. El oído que transformó la sonoridad de los jilgueros
en las notas de una polifonía, del canto Gregoriano, o de las composiciones de
Haydn, o de Felipe Gutiérrez y Espinosa[1].
Sobre el olfato, tenemos el aroma del incienso y del copal mesoamericano. Las
purificaciones o baños rituales ponen el tacto como medio con los signos del
agua y el fuego. En cuanto al gusto, la ingesta de alimentos rituales y
sagrados. Gusto, tacto y olfato tienen un papel más efímero, más no secundario,
por su temporalidad misma. El privilegió mayor lo tiene la vista y el oído.
Desde el relato de las cavernas de
Altamira a los azulejos de los Palacios Asirios; de los murales de la Iglesia
de Santo Tomás de Aquino (hoy de San José) en San Juan y las tallas de Rodin, a
la fascinación onírica de Abu Dhabi, son todas materializaciones que expresan
las realidades terrenas, o sobrenaturales, presentes en la vida humana. En el
caso de las segundas, entramos plenamente en el campo de la fe.
De la sencilla admiración cotidiana
y la observación, milenariamente presente en las expresiones del arte y la
cultura universal, al específico, y profundo, ejercicio que el beato Fra Angélico
y San Rafael Arnáiz y Barón testimoniaron la herencia recibida del Nazareno.
La contemplación nos presenta una
actividad en la cual la razón se sumerge en la experiencia interior, en el alma.
En el caso cristiano se describe como el deleite, anhelo (búsqueda-amor) y comprensión
(escucha) de la Belleza Sublime: Dios, la Verdad primera, el Amor supremo, la
Hermosura Misma.
El arte y el artista cristiano
La historia del cristianismo nos
presenta un complejo abanico de expresiones artísticas, que a menudo se
empaquetan en un mismo adjetivo: arte sacro. La relación fe y arte, en
perspectiva, se observa como un prisma donde los fines y sus respectivos
resultados nos ofrecen un amplísimo catalogo de argumentos, desde los cuales se
puede ver esta Pléyades creativa.
El arte cristiana esta marcada por
el sello de Cristo Jesús, imagen del Padre, por tanto éste integra en él la
naturaleza material, lo humano (destrezas, creatividad, capacidades y oficio), en
una vinculación armoniosa con las realidades sobrenaturales, como el efecto de
la experiencia inspiradora del interior.
El arte cristiano responde tanto a
su naturaleza espiritual como material, y en su conjunto, a las necesidades de
la fe. Por su destino, en el arte cristiano tenemos:
- Arte ornamental (murales, vitrales, pintura, escultura, orfebrería y textiles).
- Arte litúrgico (orfebrería, lapidario, musical, textil, pintura y escultura)
- Arte para la devoción (escultura y pintura).
Es preciso distinguir dentro del
arte cristiano, como fruto de la experiencia de la fe y/o del efecto de este en
el ejercicio espiritual, se observan dos grandes vertientes:
- Arte religioso, que tiene un carácter o calidad de religioso evidente, pero que no trasciende a ser un medio de oración o contemplación.
- Arte sacro, con valores y significados como un medio para el culto, la oración o contemplación.
Esta clasificación no es categórica,
ya que depende de la cultura y el contexto. De igual manera, incluye la
expresión personal del artista que presenta en la obra; luego la reacción que
la obra tendrá en el espectador. Una misma obra de arte puede tener un valor distinto
o significado para el espectador o creyente. Es pues un amplio espectro de la
experiencia de y para la fe.
Históricamente el artista cristiano,
tuvo sus primeras obras en las catacumbas, durante las persecuciones de los
siglos I al IV. Fueron estas manifestaciones un testimonio heroico de la fe, en
tanto que fueron signos de pertenencia, con fines catequéticos evangelizadores.
Se estableció un sistema de símbolos con que se decoraron los lugares de culto;
estos sitios ofrecen las huellas del martirio y de la naciente comunidad
cristiana. Luego de la salida de las catacumbas, el arte fue primero un signo
de la libertad religiosa que logró la aceptación civil. Heredó, tanto el
lenguaje del arte clásico grecorromano, como el catálogo de símbolos de las
catacumbas y desarrollo otros nuevos.
Tras la caída del Imperio Romano
occidental, el arte fue una pieza clave del baluarte tras el cual se guareció
la cultura. En su encuentro con el mundo bárbaro incorporo elementos y estilos
propios, cristianizándolos. La definición dogmática encontró en el arte un
medio para dar testimonio de la Tradición de la Iglesia, a la par de ser
instrumento eficaz de la catequesis.
La fractura de la Iglesia de
Constantinopla, determinó el proceso de desarrollo que conformó lo que, hasta prácticamente
cien años, reconocemos como el programa básico del arte cristiano, tanto en la
arquitectura como en la pintura, con las debidas variantes y acentos marcados
por las sucesivas corrientes estilísticas.
Un caso aparte del arte cristiano es
la “escritura” de iconos, el cual no trataremos en esta ocasión, dado que
pertenece a una tradición litúrgica y espiritual generalmente desarrollada diferente a nuestro
contexto occidental.
La relación del arte y la fe, tienen
ya más de un siglo de encuentros y desencuentros, complejos y muchas de las
veces dolorosos.
Las corrientes artísticas, han
estado influidas o determinada, progresivamente, por el laicismo, la irreligiosidad
e incluso el ateísmo. Este tema requiere atenderse con urgencia, como ya han
declarado los últimos Pontífices[2],
como una agenda pendiente para restaurar esta pieza destacada del edificio de
la Iglesia.
Un paradigma dentro de esta dinámica
en el arte es la canonización de la abstracción y lo no figurativo. Aun cuando
estas corrientes plásticas son opción u oportunidad para el desarrollo del arte
cristiano, las corrientes oficiales del arte secular han reiterado la invalidez
de la figura y lo figurativo como expresión aceptable. Hay no pocos casos del
arte como proclama adversa o enemiga declarada tanto de la religión, como de la
fe misma.
Por consecuencia, el arte S. XXI ha
visto nacer contracorrientes historicistas, antagónicas a la vanguardia
estética. Con una cierta lógica, provocada por esta “no-relación” del arte y la
fe, estas otras propuestas ven con desesperanza alguna posible salida para
producir arte cristiano. Es preciso
proveer espacios para la creación de arte cristiano con una clara identidad,
validamente actual, incluyendo las corrientes figurativas contemporáneas.
En el propio mundo del arte el
debate de la inmediatez de las técnicas, el discurso individualista y
autocomplaciente, resulta en una confusa masa de expresiones estéticas, que se
alejan del oficio y la técnica, ya no digamos del sentido público y universal del
arte.
El artista en el tema religioso
cristiano tiene un papel importante pero no necesariamente preponderante para
los fines de la obra como una de devoción; históricamente son pocos los casos
de obras de los grandes maestros del arte que reconocidamente del culto, que no
obsta que motiven la contemplación profunda, incluso para la oración. Esto no
es un demérito, es simplemente un carisma distinto, pero igual de valioso y
necesario para la composición artística universal y cristiana. Cabe aquí la
observación sobre el anonimato del artista que pudiera ser, en algunos casos,
un gesto cristiano de humildad.
No es pues de sorprender, que la
mayor parte del arte cristiano tiene un valor de colaborador, como una
estructura en que se construye el ambiente para el culto litúrgico, la
religiosidad y las manifestaciones de devoción popular. Sería atrevido no
reconocer la calidad artística de las catedrales normandas o visigóticas, la de
los frescos de las iglesias armenias, de las obras de la escuela Prerrafaelita
o de los mosaicos de Rupnik[3]
en la Capilla Redemptoris Mater. Sin
embargo este valor artístico estético no tiene el mismo efecto del crucifijo de
San Damian, ante el cual elevó sus oraciones el Seráfico San Francisco o el que
tenía en su cámara la reina Santa Eduviges de Polonia.
El valor del arte sacro que ha
cobrado un valor como puente para la contemplación en la oración, es
determinado no necesariamente por la precisión técnica. Hay obras que por no
ser precisamente originales en su concepción se ponen en entredicho. Es el caso
de los artistas talladores de imágenes devocionales, mayormente españoles, que rompen
el esquema del arte como propuesta innovadora. Pues aunque son precisos en el
detalle y proporción de la figura, su arte es tradicional y no esta determinado
por las corrientes de propuesta contemporánea. Es cierto que aunque no se pueden
comparar con un Miguel Ángel o Fra Angélico, pero, para la religiosidad de
Hispanoamérica y Filipinas particularmente, tienen un significado profundo, que
incluso, traspasa el sentido religioso con un valor patrimonial reconocido
socialmente.
La experiencia de la fe en el arte
A continuación expondremos brevemente
cuatro casos para poder visualmente apreciar el valor de estas obras como medio
para la contemplación.
La Virgen de Belén, Escuela de Amberes (Círculo de
Roger Van Der Weyden), ca. 1511. Óleo sobre tabla; desaparecida en 1972 de
la Iglesia de San José, antiguamente de Santo Tomás de Aquino, San Juan Puerto
Rico. Pertenece al arte flamenco de transición del gótico al renacimiento. El
efecto cromático sitúa al espectador frente a una escena del descanso de la
Huida a Egipto. La Madre amamanta a Jesús, cuya proporción denota la fragilidad
del Infante, que esta cubierto a penas con un paño. La Virgen contempla al
Niño-Dios, en actitud de adoración. Con fama de milagrosa, ha sido motivo de
devoción centenaria y a quien se agradece el salvamento del sitio de San Juan
por los Ingleses (1797).


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Bibliografía
Beckett, Sister Wendy; Joy
lasts: On the Spiritual in Art. Getty Publications, 2006.
Benedicto
XVI; Arte
y oración; Audiencia General.
Plaza de la Libertad de Castelgandolfo, miércoles 31 de agosto de
2011
Benedicto XVI; consagración de la iglesia de la
sagrada familia y del altar; homilía.
Viaje Apostólico a Barcelona; domingo 7 de noviembre de
2010
Espeja Pardo, OP, Fr. Jesús; Contemplación: mirar y vivir en el mundo
desde Dios; www.dominicos.org/pupitre/documentos/contemplacion.doc
: Consultado el 3 de marzo de 2012.
Nouwen, Henri J. M.; El regreso del hijo
prodigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt.
Edit. Ágape; España, 1992.
Pontificio Consejo para la Cultura; La Via Pulchritudinis: Camino Privilegiado
de Evangelización y de Diálogo. Documento final de la Asamblea Plenaria, 27-28 Marzo 2006. Librería Editorial Vaticana.
[1] Felipe Gutiérrez y Espinosa
(1825-1899) Músico y compositor, N. en la ciudad de San Juan; celebre Maestro
de Coro de la S. I. Catedral. Primer puertorriqueño en escribir una Opera
(Guarionex, ca. 1865).
[2]
Paulo VI: Mensaje a los artistas (8 diciembre 1965): AAS 54 (1966) / Juan
Pablo II; Carta a los artistas. Librería
Paulinas; España, 1999/ Benedicto XVI: La Belleza el camino hacia Dios.
Discurso a los artistas en la Capilla Sixtina (21 noviembre 2009).
[3] Rupnik, P. Marko Ivan (Zadlog,
Eslovenia1954- ). Sacerdote
y artista plástico. Celebre por sus controversiales obras en mosaico en que
incorpora elementos bizantinos.
[4] Sooto, Etsuro (1953- ). Artista plástico
japonés. Destacado escultor, quien tras trabajar y comprender en la obra de A.
Gaudí del templo de la Sagrada Familia (Barcelona), decidió ingresar en la
Iglesia católica.
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