20.12.15

La contemplación a través del arte



11 de marzo de 2012

La contemplación a través del arte 


Conferencia
Por Héctor Balvanera Alfaro

Museo de las Américas, Antiguo Cuartel de Ballajá
San Juan de Puerto Rico


Es preciso celebrar que se abran espacios para el diálogo, donde uno de los interlocutores presente la fe como parte del discurso. Como creyentes, estamos urgidos a presentar el camino de la Belleza como un puente de comunicación fraterna, con el resto de los creyentes y con los no creyentes. Es un motivo para abrir las puertas de casa a la esperanza.

Ante un mundo que corre híper mediático, dependiente de la inmediatez, individualista, hedonista y habido de consumo, las cuestiones del espíritu tienden a delimitarse cada vez más a la experiencia personalista, o bien como parte de los enseres de casa.

El ejercicio de la fe, en un siglo, ha pasado de ser un elemento vital y sensible de la sociedad a un espacio que se ha ido reduciendo y, por desgracia, tendiente a ser víctima de la intolerancia. Hay quienes llaman a esta sociedad global: ultra laicista y post religiosa.

Arte y fe han estado relacionados desde tiempos inmemoriales; la particularidad, del ámbito cristiano, donde el arte es una gran expresión de expresiones, compleja y prolífica. Pero, en las condiciones presentes donde el arte cristiano ha tendido a ser presentado, y luego comprendido, como un objeto de Museo, resulta que tratar hoy un tema así en una institución civil es un acto valiente, conciliador y sumamente humano. Lo celebro y agradezco.


La cultura tiene en el arte uno de las expresiones más humanas, es un fruto y testimonio del “ser”. Los petroglifos de Altamira y Tibes son paralelos, que aunque distantes en el tiempo, correspondientes a una realidad que da significado a la historia del hombre. Es esta necesidad de comunicar, lo que se ha visto, o lo que se quisiera ver. Un lenguaje para el cual no es suficiente el lenguaje mismo. Es el pensamiento materializado; un mensaje que comunica, que predica lo contemplado.


La contemplación cristiana

Siendo un ejercicio intrínsecamente humano, la contemplación esta presente también en las manifestaciones de la cultura. La creación compele al hombre a observarla: es el mundo donde esta, donde es. El acto de detenerse a mirar el mundo, incluyendo lo  transformado, y tratar de comprender. Mirarse a sí mismo; mirar al otro, a los otros; mirar  lo que esta al alcance de sus manos; lo que esta más allá, en y del firmamento. Luego, sobrecogido de todo ello, sensible a mirar, observar, ocuparse de lo sobrenatural; la práctica de la fe: la contemplación espiritual.

Esta contemplación espiritual tiene como medios los sentidos. El oído que transformó la sonoridad de los jilgueros en las notas de una polifonía, del canto Gregoriano, o de las composiciones de Haydn, o de Felipe Gutiérrez y Espinosa[1]. Sobre el olfato, tenemos el aroma del incienso y del copal mesoamericano. Las purificaciones o baños rituales ponen el tacto como medio con los signos del agua y el fuego. En cuanto al gusto, la ingesta de alimentos rituales y sagrados. Gusto, tacto y olfato tienen un papel más efímero, más no secundario, por su temporalidad misma. El privilegió mayor lo tiene la vista y el oído.
  
Desde el relato de las cavernas de Altamira a los azulejos de los Palacios Asirios; de los murales de la Iglesia de Santo Tomás de Aquino (hoy de San José) en San Juan y las tallas de Rodin, a la fascinación onírica de Abu Dhabi, son todas materializaciones que expresan las realidades terrenas, o sobrenaturales, presentes en la vida humana. En el caso de las segundas, entramos plenamente en el campo de la fe.

De la sencilla admiración cotidiana y la observación, milenariamente presente en las expresiones del arte y la cultura universal, al específico, y profundo, ejercicio que el beato Fra Angélico y San Rafael Arnáiz y Barón testimoniaron la herencia recibida del Nazareno. 

La contemplación nos presenta una actividad en la cual la razón se sumerge en la experiencia interior, en el alma. En el caso cristiano se describe como el deleite, anhelo (búsqueda-amor) y comprensión (escucha) de la Belleza Sublime: Dios, la Verdad primera, el Amor supremo, la Hermosura Misma.


El arte y el artista cristiano

La historia del cristianismo nos presenta un complejo abanico de expresiones artísticas, que a menudo se empaquetan en un mismo adjetivo: arte sacro. La relación fe y arte, en perspectiva, se observa como un prisma donde los fines y sus respectivos resultados nos ofrecen un amplísimo catalogo de argumentos, desde los cuales se puede ver esta Pléyades creativa.

El arte cristiana esta marcada por el sello de Cristo Jesús, imagen del Padre, por tanto éste integra en él la naturaleza material, lo humano (destrezas, creatividad, capacidades y oficio), en una vinculación armoniosa con las realidades sobrenaturales, como el efecto de la experiencia inspiradora del interior.

El arte cristiano responde tanto a su naturaleza espiritual como material, y en su conjunto, a las necesidades de la fe. Por su destino, en el arte cristiano tenemos:
  • Arte ornamental (murales, vitrales, pintura, escultura, orfebrería y textiles).
  • Arte litúrgico (orfebrería, lapidario, musical, textil, pintura y escultura)
  • Arte para la devoción (escultura y pintura).

Es preciso distinguir dentro del arte cristiano, como fruto de la experiencia de la fe y/o del efecto de este en el ejercicio espiritual, se observan dos grandes vertientes:
  • Arte religioso, que tiene un carácter o calidad de religioso evidente, pero que no trasciende a ser un medio de oración o contemplación.
  • Arte sacro, con valores y significados como un medio para el culto, la oración o contemplación.

Esta clasificación no es categórica, ya que depende de la cultura y el contexto. De igual manera, incluye la expresión personal del artista que presenta en la obra; luego la reacción que la obra tendrá en el espectador. Una misma obra de arte puede tener un valor distinto o significado para el espectador o creyente. Es pues un amplio espectro de la experiencia de y para la fe.

Históricamente el artista cristiano, tuvo sus primeras obras en las catacumbas, durante las persecuciones de los siglos I al IV. Fueron estas manifestaciones un testimonio heroico de la fe, en tanto que fueron signos de pertenencia, con fines catequéticos evangelizadores. Se estableció un sistema de símbolos con que se decoraron los lugares de culto; estos sitios ofrecen las huellas del martirio y de la naciente comunidad cristiana. Luego de la salida de las catacumbas, el arte fue primero un signo de la libertad religiosa que logró la aceptación civil. Heredó, tanto el lenguaje del arte clásico grecorromano, como el catálogo de símbolos de las catacumbas y desarrollo otros nuevos.

Tras la caída del Imperio Romano occidental, el arte fue una pieza clave del baluarte tras el cual se guareció la cultura. En su encuentro con el mundo bárbaro incorporo elementos y estilos propios, cristianizándolos. La definición dogmática encontró en el arte un medio para dar testimonio de la Tradición de la Iglesia, a la par de ser instrumento eficaz de la catequesis.

La fractura de la Iglesia de Constantinopla, determinó el proceso de desarrollo que conformó lo que, hasta prácticamente cien años, reconocemos como el programa básico del arte cristiano, tanto en la arquitectura como en la pintura, con las debidas variantes y acentos marcados por las sucesivas corrientes estilísticas. 

Un caso aparte del arte cristiano es la “escritura” de iconos, el cual no trataremos en esta ocasión, dado que pertenece a una tradición litúrgica y espiritual generalmente desarrollada diferente a nuestro contexto occidental.

La relación del arte y la fe, tienen ya más de un siglo de encuentros y desencuentros, complejos y muchas de las veces dolorosos.

Las corrientes artísticas, han estado influidas o determinada, progresivamente, por el laicismo, la irreligiosidad e incluso el ateísmo. Este tema requiere atenderse con urgencia, como ya han declarado los últimos Pontífices[2], como una agenda pendiente para restaurar esta pieza destacada del edificio de la Iglesia.

Un paradigma dentro de esta dinámica en el arte es la canonización de la abstracción y lo no figurativo. Aun cuando estas corrientes plásticas son opción u oportunidad para el desarrollo del arte cristiano, las corrientes oficiales del arte secular han reiterado la invalidez de la figura y lo figurativo como expresión aceptable. Hay no pocos casos del arte como proclama adversa o enemiga declarada tanto de la religión, como de la fe misma. 

Por consecuencia, el arte S. XXI ha visto nacer contracorrientes historicistas, antagónicas a la vanguardia estética. Con una cierta lógica, provocada por esta “no-relación” del arte y la fe, estas otras propuestas ven con desesperanza alguna posible salida para producir  arte cristiano. Es preciso proveer espacios para la creación de arte cristiano con una clara identidad, validamente actual, incluyendo las corrientes figurativas contemporáneas.

En el propio mundo del arte el debate de la inmediatez de las técnicas, el discurso individualista y autocomplaciente, resulta en una confusa masa de expresiones estéticas, que se alejan del oficio y la técnica, ya no digamos del sentido público y universal del arte.

El artista en el tema religioso cristiano tiene un papel importante pero no necesariamente preponderante para los fines de la obra como una de devoción; históricamente son pocos los casos de obras de los grandes maestros del arte que reconocidamente del culto, que no obsta que motiven la contemplación profunda, incluso para la oración. Esto no es un demérito, es simplemente un carisma distinto, pero igual de valioso y necesario para la composición artística universal y cristiana. Cabe aquí la observación sobre el anonimato del artista que pudiera ser, en algunos casos, un gesto cristiano de humildad.

No es pues de sorprender, que la mayor parte del arte cristiano tiene un valor de colaborador, como una estructura en que se construye el ambiente para el culto litúrgico, la religiosidad y las manifestaciones de devoción popular. Sería atrevido no reconocer la calidad artística de las catedrales normandas o visigóticas, la de los frescos de las iglesias armenias, de las obras de la escuela Prerrafaelita o de los mosaicos de Rupnik[3] en la Capilla Redemptoris Mater.  Sin embargo este valor artístico estético no tiene el mismo efecto del crucifijo de San Damian, ante el cual elevó sus oraciones el Seráfico San Francisco o el que tenía en su cámara la reina Santa Eduviges de Polonia.

El valor del arte sacro que ha cobrado un valor como puente para la contemplación en la oración, es determinado no necesariamente por la precisión técnica. Hay obras que por no ser precisamente originales en su concepción se ponen en entredicho. Es el caso de los artistas talladores de imágenes devocionales, mayormente españoles, que rompen el esquema del arte como propuesta innovadora. Pues aunque son precisos en el detalle y proporción de la figura, su arte es tradicional y no esta determinado por las corrientes de propuesta contemporánea. Es cierto que aunque no se pueden comparar con un Miguel Ángel o Fra Angélico, pero, para la religiosidad de Hispanoamérica y Filipinas particularmente, tienen un significado profundo, que incluso, traspasa el sentido religioso con un valor patrimonial reconocido socialmente.


La experiencia de la fe en el arte
A continuación expondremos brevemente cuatro casos para poder visualmente apreciar el valor de estas obras como medio para la contemplación.

La Virgen de Belén, Escuela de Amberes (Círculo de Roger Van Der Weyden), ca. 1511. Óleo sobre tabla; desaparecida en 1972 de la Iglesia de San José, antiguamente de Santo Tomás de Aquino, San Juan Puerto Rico. Pertenece al arte flamenco de transición del gótico al renacimiento. El efecto cromático sitúa al espectador frente a una escena del descanso de la Huida a Egipto. La Madre amamanta a Jesús, cuya proporción denota la fragilidad del Infante, que esta cubierto a penas con un paño. La Virgen contempla al Niño-Dios, en actitud de adoración. Con fama de milagrosa, ha sido motivo de devoción centenaria y a quien se agradece el salvamento del sitio de San Juan por los Ingleses (1797).



Cristo en la Cruz (ca. 1600-1610), Colección Privada, expuesto en el Museo Getty, en Los Ángeles. El Greco (Doménikos Teotokópoulus, 1541-1614). Un cristiano ortodoxo que impacta en el manierismo de la católica España del Siglo de Oro. Las proporciones bizantinas de su obra, lograron acoplarse al ambiente tradicional; su peculiar resolución en la composición verticalista, los campos de color, el firme trazo y la prioridad del conjunto sobre el detalle son parte del sello de su obra.  El rostro de Jesús agonizante mira en la esperanza de la presencia del Padre. La desnudez de su cuerpo contrasta en medio de las tinieblas, mientras la mirada elevada parece constatar las frases de los Evangelios.






Santa Rita de Casia; José Campeche y Jordán (1751-1809). En el contexto puertorriqueño, podemos apreciar el oficio de este artista cristiano excepcional. En el evidente desarrollo técnico, estilístico y academista de su obra, es notorio el acento que tiene su obra de tema religioso. El gesto del maestro Campeche, se torna humilde. El manejo tanto en los detalles como en el dibujo de retrato del Gobernador Ustáriz dista de las soluciones que emplea en la obra religiosa. En éste tema se vislumbra una intención de expresar el valor de la obra como medio que ayude a la expresión piadosa, sobre el la solución de la perfección fisonómica.





Antoni Gaudí i Cornet (1852-1926): La Basílica Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, (iniciada en 1883 y dedicada en 2010 aun si concluir; Barcelona). El caso del escultor Etsuro Sooto[4], destaca por que a través de la comprensión de la obra, decide convertirse al cristianismo. La Sagrada Familia es una elocuente muestra de una verdadera catequesis en piedra. La experiencia profesional y artística de Gaudí, en conjunto con la vivencia religiosa, dan como resultado un ingente cúmulo de contenidos doctrinales plasmados en las escenas de la historia de la Salvación, de decoraciones con ricos simbolismos y elementos iconográficos. La lectura de la inspiración de este edificio es la pieza clave para la conversión del artista nipón.

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Bibliografía


Beckett, Sister Wendy; Joy lasts: On the Spiritual in Art. Getty Publications, 2006.
Benedicto XVI; Arte y oración; Audiencia General. Plaza de la Libertad de Castelgandolfo, miércoles 31 de agosto de 2011
Benedicto XVI; consagración de la iglesia de la sagrada familia y del altar; homilía. Viaje Apostólico a Barcelona; domingo 7 de noviembre de 2010

Espeja Pardo, OP, Fr. Jesús; Contemplación: mirar y vivir en el mundo desde Dios; www.dominicos.org/pupitre/documentos/contemplacion.doc : Consultado el 3 de marzo de 2012.

Nouwen, Henri J. M.; El regreso del hijo prodigo. Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt. Edit. Ágape; España, 1992.

Pontificio Consejo para la Cultura; La Via Pulchritudinis: Camino Privilegiado de Evangelización y de Diálogo. Documento final de la Asamblea Plenaria, 27-28 Marzo 2006. Librería Editorial Vaticana.

 



[1] Felipe Gutiérrez y Espinosa (1825-1899) Músico y compositor, N. en la ciudad de San Juan; celebre Maestro de Coro de la S. I. Catedral. Primer puertorriqueño en escribir una Opera (Guarionex, ca. 1865).
[2]  Paulo VI: Mensaje a los artistas (8 diciembre 1965): AAS 54 (1966) / Juan Pablo II; Carta a los artistas.  Librería Paulinas; España, 1999/ Benedicto XVI: La Belleza el camino hacia Dios. Discurso a los artistas en la Capilla Sixtina (21 noviembre 2009).
[3] Rupnik, P. Marko Ivan (Zadlog, Eslovenia1954- ). Sacerdote y artista plástico. Celebre por sus controversiales obras en mosaico en que incorpora elementos bizantinos.
[4] Sooto, Etsuro (1953- ). Artista plástico japonés. Destacado escultor, quien tras trabajar y comprender en la obra de A. Gaudí del templo de la Sagrada Familia (Barcelona), decidió ingresar en la Iglesia católica.

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